Observar la construcción y la reorganización permanente de los juegos creados e imaginados por los niños, es una experiencia interesante que provoca profundas reflexiones respecto de nuestra propia práctica docente, particularmente, en la educación inicial. La inmensidad del espacio y el tiempo que conforman el contexto de juego, los usos, las ensoñaciones, las ideas y el esfuerzo que cada niño pone en este fluir de ideas, le otorgan sentidos profundos a estas experiencias personales y un gran valor intersubjetivo cuyo arraigo colectivo es un acto existencial con el cual los niños se comprometen. En un intento por caracterizar o describir de forma genuina estas experiencias, surge la denominación de “ethos lúdico”, cuyo valor conceptual abre ventanas para observar más de cerca los elementos o dimensiones axiológicas de convivencialidad, y de construcción cultural con que los niños acceden y aportan a la generación de su propio conocimiento. Entre estos aspectos que lo definen y relevantes a la hora de pensar en cómo hacer para favorecer sus aprendizajes en las escuelas, podemos mencionar que los espacios y tiempos lúdicos son indeterminados y complejos; es decir, sus acciones son determinadas por reglas constitutivas emergentes y dinámicas que obedecen a una secuencia accional, por lo que tienen un sentido y un significado contextual.
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López de Maturana L, D. (2014). Aprendizaje infantil y ethos lúdico. Polis (Santiago), 13(37), 85–94. https://doi.org/10.4067/s0718-65682014000100005
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