Confiamos en los médicos. Por propia necesidad, los veneramos; imaginamos que su instrucción, competencia profesional y piadosa dedicación los han despojado de toda incertidumbre y agitación, de todos esos «ascos» que nosotros, en su lugar, experimentaríamos al ver lo que ellos ven y al ser instados para curarlo. La sangre y el pus y los vómitos no les revuelven las tripas; la senilidad y la demencia no les espantan; no les causa alarma alguna sumergirse en la viscosa maraña de los órganos internos, o atender a pacientes con males contagiosos. Para ellos, la carne y sus enfermedades se han convertido en algo abstracto, se han vuelto fríamente esquemáticas, han llegado a ser urgente objeto de infalibles diagnósticos y efectivos tratamientos. La Casa de Dios es un libro que nos libera de falacias tales.
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Lolas Stepke, F. (2015). La casa de Dios. Acta Bioethica, 21(2), 323–324. https://doi.org/10.4067/s1726-569x2015000200020
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