La planificación como proceso social GAPP Nº 25. Septiembre / Diciembre 2002 61 Actualmente la planificación no goza de buena reputación. Para muchos nos encontramos ante un conjunto de actividades-muy ligadas al dirigismo, al exceso de regulaciones abstractas, a la proliferación de comisiones, reuniones de "expertos", etc.-emergido junto al intervencionismo de los Estados nacionales y destinado a morir con ellos. Para otros, la planificación-nacida como el intento de eliminar la elección individual en nombre de una conciencia superior-, tras haber producido innumerables tragedias, está destinada a la desaparición al igual que su matriz "tecno-aristocrática" (F. A. HAYEK, 1973). Incluso hay quienes consideran que la planificación es un anacronismo: en la actuali-dad, la velocidad de las tecnologías y la complejidad de las mate-rias impiden cualquier intento de planificación. Son muchas las razones que nos permiten aplicar a tales posi-ciones el calificativo de simplistas. Fácilmente se puede demos-trar, en clave histórica, que los momentos más fuertes de la pla-nificación pública de tipo dirigista-desde Walter Rathenau a Herbert Hoover, desde Rexford Tugwell al MITI japonés-gene-ralmente han nacido de las alianzas entre los poderes públicos y los intereses empresariales y económicos (D. F. NOBLE, 1977). Empíricamente se puede mostrar cómo el abandono de la plani-ficación pública, lejos de conducir a un mayor bienestar colecti-vo, traslada a una rápida decadencia de las infraestructuras y del capital social y humano. Incluso se puede evidenciar que los sec-tores industriales más necesitados de innovación tecnológica registran el mayor uso de metodologías de previsión. Oponer negación a negación, simplificación a simplificación nunca ha sido una estrategia intelectualmente adecuada. Es difí-cil negar que los críticos de la planificación en algunos casos tie-nen razón. Muchas de las actividades de planificación se han apo-yado en una teoría inadecuada o simplista: con frecuencia los planificadores han cometido el error de pensar el poder decidir, en nombre de una conciencia superior, aquello que los ciudada-nos podían hacer o podían desear; el sistema político, en más de una ocasión, ha utilizado la planificación como una actividad paternalista, supliendo por definición a una sociedad civil que era considerada incapaz de planeamientos autónomos o de racio-nalidad a largo periodo. La actual defensa del significado y de la relevancia de las acti-vidades de planificación sólo puede realizarse mediante un pro-fundo replanteamiento de la función, el planteamiento y la narra-tiva de este conjunto de actividades. Es necesario identificar argu-mentos suficientemente analíticos y abstractos que permitan re-elaborar críticamente las experiencias disponibles y el pensamien-to reflejo acumulado sin agotarse en ellos. Y es preciso superar la visión de la planificación como pura técnica, para observarla como un proceso social en el que interactúan sistemáticamente diversas exigencias funcionales y diferentes coaliciones de actores. 1. Definiciones de planificación En la literatura de las Ciencias Sociales es posible encontrar numerosas definiciones de planificación. Según A. EDDISON (1975: 23), la planificación es "un proceso de preparación del con-junto de las decisiones referentes a intervenciones a realizar en el futuro, encaminadas a alcanzar determinados objetivos con medios óptimos, con la disponibilidad de aprender del resultado tanto nue-vas y posibles decisiones, como nuevos objetivos a conseguir". Para E. R. ALEXANDER (1992b: 73), la planificación puede ser descri-La planificación como proceso social
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Herrera Gómez, M., & Trinidad Requena, A. (2002). La planificación como proceso social. Gestión y Análisis de Políticas Públicas, 61–77. https://doi.org/10.24965/gapp.vi25.335
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