La emergencia de un nuevo virus está desafiando a la humanidad en muchos sentidos. Estamos acos-tumbrados a considerar a los virus según los sistemas que comprometen y síndromes que provocan. Tendremos que clasificarlos como se hace en la actualidad, por su estructura: ácido nucleico ADN o ARN, presencia de envoltura (manto) y forma de replicar su ácido nucleico (clasificación de Baltimore), porque su permanencia como especie depende de ello. En efecto, los virus ADN tienen de algún modo la ventaja de ingresar al núcleo de la célula y aprovechar la maquinaria metabólica para replicar su ADN u ocultarse en su genoma. Los virus ARN, deben portar o codificar una ARN polimerasa ARN dependiente para multiplicar su genoma, pues esa función no existe en la naturaleza; afortunadamente para los virus, no para el hospedero humano, esta ARN polimerasa comete errores frecuentemente y permite la generación de mutantes de distintas consecuencias evolutivas. Por otro lado, la presencia de un manto lipoproteico hace al virus inestable en el medio ambiente y obliga al virus a usar mecanismos de transmisión directos para alcanzar nuevos hospederos 1,2. Pues bien, el nuevo virus emergente el 2019 que se denomina virus del Síndrome Agudo Respiratorio Severo (SARS-CoV-2), es un virus ARN, con manto, que se transmite por vía respiratoria. De la familia Coronaviridae, contiene 7 especies que afectan al ser humano provocando infecciones respiratorias altas, tipo resfrío común, pero tres de ellas son capaces de producir además infecciones respiratorias bajas graves: SARS CoV (2002-2004), MERS (2013 hasta hoy) y SARS-CoV-2 (2019) 2. Esta familia contiene virus patógenos para diversos animales, como aves, peces y mamíferos (murciélagos, ca-mellos, cerdos, bovinos, gatos, perros y otras especies que son exóticas). Si bien existen barreras de especies, suelen ocurrir saltos de especies, pero para establecer la capacidad de transmitirse en el nuevo hospedero se requiere de más mutaciones. Entre las virosis respiratorias el mejor ejemplo comparativo lo representa la influenza A, que ha obligado a la OMS a establecer una red mundial para su vigilancia 1,2. Se discute si los virus son entidades vivas o muertas. Fuera de las células son completamente inertes, pero si se dan las condiciones ambientales conservan la capacidad de ingresar a células animales, vegetales, bacterias, hongos o virus e iniciar su replicación. Mirémosles desde el punto de vista ecológico. Ellos son un simple código genético a multiplicarse, alternando entre estados de vida y no vida; se copian a sí mismos como siempre lo han hecho, en su hospedero natural o en otro nuevo: no tienen un plan o deseo. En cantidad son tantos y tan ubicuos que el número de genes virales encontrados en la superficie de un pequeño océano supera ampliamente el número de estrellas que la ciencia astronómica pudiera observar. En la tierra los virus matan más elementos vivos que cualquier otro predador; ellos modulan el balance de especies de ecosistemas tan diversos como el mar abierto y el intestino humano; ellos intervienen en la evolución aportando selección natural y adaptación de genes 3,4. Se estima que los virus conocidos que afectan al ser humano son alrededor de 263, de un número potencial de virus que lo podrían afectar de 600.000 a 800.000 5. La historia de las pandemias muestra ejemplos de virus y bacterias que han azotado a la humanidad desde la Antigüedad provocando millones de muertes, tal vez la forma más objetiva de estimar su mag-nitud. Actualmente, la pandemia de VIH/SIDA ha provocado desde 1981 a la actualidad entre 25 y 35 millones de muertes, mientras que la pandemia de virus influenza A H2N2 de 1957 habría ocasionado 1,1 millón de muertes. La pandemia por el anterior virus SARS solo produjo 8.098 casos con 9,5% de letalidad, y fue exitosamente eliminada 6,7. En este contexto, hasta hoy día la ciencia y la tecnología solo han logrado erradicar al virus de la eDItOrIAl Rev Chil Enferm Respir 2020; 36: 164-168
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Avendaño Carvajal, L. F. (2020). COVID-19: Una mirada desde la virología. Revista Chilena de Enfermedades Respiratorias, 36(3), 164–168. https://doi.org/10.4067/s0717-73482020000300164
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