EditoriAl En opinión de Solón, el legislador por antonomasia y uno de los Siete Sabios de la Grecia clásica, nadie debería considerarse feliz antes del día de la muerte. Cuenta Herodoto que cuando Solón visitó en Sardes a Creso, Rey de Lidia famoso por sus riquezas, éste le preguntó si a lo largo de su vida había conocido a alguien completa-mente feliz. El propio Herodoto al relatar la anécdota nos da la clave sobre el origen de la pregunta: Creso le había mostrado a Solón durante varios días sus innumerables bienes y adicto, como todos los poderosos, a las lisonjas, quería recibir de tan ilustre huésped una nueva alabanza. Solón, sin embargo, ajeno en extremo a la adulación, le respondió que sí, que él había tenido la oportunidad de conocer a alguien feliz: Tello, el ateniense. Herido en su orgullo, pero incapaz de declarar abiertamente que estaba solicitando un elogio, Creso le preguntó a Solón cuáles eran los motivos para considerar a Tello un hombre feliz y Solón le respondió sin rodeos que, floreciendo su patria, Tello había visto crecer y prosperar en ella también a sus hijos y luego a sus nietos, antes de encontrar una muerte heroica en la batalla de Eleusina, defendiendo de manera victoriosa ese florecimiento y esa prosperidad. Creso no tuvo otra posibilidad que estar de acuerdo pero, persiguiendo lo que ansiaba, arremetió de nuevo y le pidió a Solón que le contase a quién más, fuera de Tello, consideraba feliz. Solón volvió a frustrarlo mencionando esta vez a Cleobis y Biton, dos argivos que, jóvenes aún, alcanzaron, como Tello, una muerte gloriosa, aunque no en defensa de su libertad y la de los suyos sino, literalmente, llamados por los dioses en el transcurso de unos ritos religiosos y luego de haber dado claras pruebas de amor filial. En este punto Creso ya no aguantó más y le reclamó a Solón el que, a él que poseía tantas riquezas, no lo considerara entre los felices y no lo juzgara digno de figurar siquiera al lado de esos "hombres vulgares" que había traído a ejemplo. Solón no se inmutó con la ira de su anfitrión, antes bien, le recordó que la fortuna es cambiante y que si, en algún momento, somos mimados por la suerte, en el instante siguiente todo puede haber sido trastocado: "La vida del hombre ¡oh Creso!-le dijo-es una serie de calamidades. En el día sois un monarca poderoso y rico, a quien obedecen muchos pueblos; pero no me atrevo a darte aún ese nombre que ambicionáis, hasta que no sepa cómo habéis terminado el curso de vuestra vida" (1). Para Solón no era posible que un mortal reuniese todos los bienes requeridos para ser feliz (entre los que mencionaba: disfrutar de buena salud, no tener dificultades, criar hijos honrados y ser de buena presencia) porque, de la misma manera que ningún país produce todo cuanto necesita "abundando de unas cosas y careciendo de otras", no existe un hombre capaz de producir todo lo bueno; y aún así, si lo hubiese reunido, no podría llamarse feliz "si después no lograse una muerte plácida y agradable". Cuenta Herodoto que Creso se despidió de Solón considerándolo un ignorante que cifra-ba la felicidad no en los bienes actuales de un hombre, sino en el balance final de su vida. Una frase de Solón resume, en el relato de Herodoto, la concepción que aquel tenía de la felicidad más como un proceso en desarrollo a lo largo del ciclo vital humano que como un estado de ánimo fugaz presente en algún momento de ese mismo ciclo: "antes que alguien llegue al fin, conviene suspender el juicio y no llamarle feliz". "Suspender el juicio" (ἐποχή: epojé), fue una fórmula muy utilizada por los griegos para significar que no era posible tomar una decisión racional a favor o en contra de un determinado asunto con base en la información disponible (más tarde los escépticos pirrónicos transformarían esta máxima en la base de toda su filosofía) (2). En el caso de la frase de Solón "suspender el juicio" viene Aliviar siempre To relieve always
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Matijasevic, E. (2019). Aliviar siempre. Acta Médica Colombiana, 36(1), 4–9. https://doi.org/10.36104/amc.2011.1510
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