Las concepciones sobre la muerte que regían en la Arabia preislámica nos son poco conocidas; sin embargo, la comparación con las creencias de otros pueblos semitas y la poesía árabe más antigua o supervivencias en sociedades islámicas actuales han permitido reconstruir en parte un ideario que consideraba la existencia de dos almas principales: una vegetativa que reside en la sangre y otra espiritual que reside en el aliento. La muerte era concebida como la fuga de estas dos almas; la vida se iba con el aliento si se trataba de una muerte tranquila, y por la sangre si era violenta. Durante un tiempo existía una prolongación vegetativa en la tumba: por ello se pedía a los parientes que se acercaran a ella a conversar para que el cadáver siguiera gozando de su presencia. Lentamente esta semivida se iba extinguiendo conforme el cadáver se descomponía, hasta que el alma salía del cuerpo bajo la forma de una lechuza. Incluso en la época islámica, ser lechuza equivalía proverbialmente a morir. Aun cuando no existía la creencia en una resurrección, la idea de una supervivencia vegetativa, o de una existencia desgraciada de los muertos que quedaban sin venganza o sepultura originó distintas formas de cultos funerarios y la pertinaz idea de alguna permanencia de los muertos entre los vivos.
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Taboada, H. G. H. (2008). Muertos y vivientes en el Islam. Estudios de Asia y África, 701–712. https://doi.org/10.24201/eaa.v43i3.1833
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