EDITORIAL La salud mental y la atención a los trastornos mentales han ocupado un lugar destacado en el debate social en diversos momentos históricos. Así, por ejemplo, la introducción del psicoanálisis supuso una auténtica conmoción en los inicios del siglo veinte, las aportaciones de los culturalistas fueron best sellers en los años cincuenta y la voluntad de descifrar el tipo de cuestionamiento de los usos socia-les que encerraba la locura lo fue en los sesenta y setenta de la mano de los lla-mados antipsiquiatras, de los reformadores de la psiquiatría o de Michel Foucault y seguidores ya en los sesenta y setenta. En los años ochenta las referencias a la salud o los trastornos mentales fuera de los ámbitos especializados pasaron a ser meramente marginales. A la sombra de las grandes revoluciones conservadoras, la atención a la salud mental dejó de ser considerada un desafío para el Estado del Bienestar o una fuente de inspiración para el pensamiento crítico, para pasar a ser observada únicamente como un potencial mercado en el que la industria podría realizar beneficios. El pensamiento psiquiátrico y la actividad de los psiquiatras pasaron a supe-ditarse de un modo absoluto a este fin. La salud mental dejó de ser pensada como un logro difícilmente construido, y pasó a considerarse un estado natural sólo amenazado por alteraciones bioquímicas del funcionamiento cerebral, pues se esperaba que el desarrollo paralelo de las neurociencias-que hay que decir que se ha producido a pesar de los psiquiatras y no gracias a ellos-pudiera explicar las enfermedades. Los psiquiatras pasamos a ser prescriptores y, en todo caso, testi-gos y voceros de las bondades de los remedios que se disputaban el nuevo merca-do. Nuestro gran desafío teórico pasó a ser la construcción de grandes sistemas ateóricos (como el DSM) que permitieran identificar los trastornos sobre los que se supone que cada uno de los remedios puede actuar más específicamente. Aunque la perspectiva instaurada en los ochenta siga siendo hegemónica y permanezca incuestionada en los órganos de expresión de la comunidad psiquiá-trica y, por supuesto, en las instituciones académicas, lo cierto es que hoy tenemos datos suficientes para sostener que ha resultado un fracaso. Los remedios que se suponía que iban a ser cada vez más específicos para trastornos cada vez más pre-cisamente definidos, han resultado ser todo menos específicos. Recuérdese que los inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (ISRS) pretendían haber-se convertido en la «bala de plata» que actuaba contra lo que se suponía que era la alteración específica de la depresión, frente a la inespecificidad de los antiguos-y tan baratos-antidepresivos tricíclicos. Incluso se crearon categorías diagnósticas nuevas-la depresión atípica-para excluir los trastornos sufridos por algunos pacientes que no respondían bien a los nuevos remedios. Hoy, los ISRS son el tra-EDITORIAL La nueva actualidad de la salud mental
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Fernández Liria, A. (2008). La nueva actualidad de la salud mental. Revista de La Asociación Española de Neuropsiquiatría, 28(1). https://doi.org/10.4321/s0211-57352008000100001
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