padre era un patriota ghanés. En cierta ocasión publicó una columna en el Pioneer, nuestro periódico local en Kumasi, titulado «¿Merece la pena morir por Ghana?», y en ella dejaba claro que su respuesta era afirmativa.1 Pero, al propio tiempo, mi padre sentía un gran amor por Asante, la región de Ghana en la que ambos crecimos; un reino absorbido dentro de una colo-nia británica, a la sazón una de las regiones de una nueva repú-blica multiétnica; un reino al que él y su padre amaron y sirvie-ron. Y, al igual que tantos otros nacionalistas africanos de su clase y su generación, mi padre siempre amó una fascinante abs-tracción a la que llamaron «África». Cuando murió, mis hermanas y yo encontramos una nota que él había esbozado, aunque nunca llegó a terminar del todo: eran las últimas palabras de amor y sabiduría para sus hijos. Tras unas cuantas frases en las que nos recordaba nuestra doble as-cendencia, en Ghana e Inglaterra, mi padre escribió: «Recordad que sois ciudadanos del mundo». Y proseguía diciéndonos que, dondequiera que decidiésemos vivir (pues, corno ciudadanos del mundo, seguramente optaríamos por vivir en cualquier par-te), deberíamos asegurarnos que abandonábamos ese lugar me-jor que cuando lo encontramos. «En lo más profundo de mi ser», decía mi padre, «existe un gran amor por la humanidad y un perpetuo deseo de verla alcanzar, con la ayuda de Dios, su más alto destino.» La calumnia favorita del nacionalista estrecho de miras con tra nosotros los cosmopolitas es que somos unos
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Appiah, K. A. (1998). Patriotas cosmopolitas. Revista Brasileira de Ciências Sociais, 13(36). https://doi.org/10.1590/s0102-69091998000100005
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